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| árbol de taparo Conejeros | 
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| foto FMPdV | 
 El árbol de taparo o tapara ha estado unido a la tradición ancestral del pueblo venezolano,sus frutos son embleados para crear implementos para guardar alimentos en la cocina o fagón.
Decía  Codazzi que «el totumo produce frutos de diversos tamaños generalmente  redondos u ovales. De ellos se sirven la gente pobre y los indígenas  para formar vasijas de toda especie, platos, cucharas y otros  utensilios» (Codazzi, 1960 [1841], p. 99). Pero según Gonzalo Picón  Febres también se valían de ellas los más pudientes, asegurando al  respecto que «á no pocas señoritas, bastante aristocráticas, he visto yo  en su casa llevando en las rosadas manecitas la rústica tapara, llena  de agua del estanque. En las estancias, quintas ó conucos, lo que más  anda en movimniento, de la casa á la quebrada y viceversa, es la tapara,  ancha de asentaderas, redonda de barriga, pescuezuda unas veces y otras  nó, y con un hueco ó agujero en su parte superior» (Picón, 1964 [1912],  p. 276). En el pasado no podía faltar en el patio de la casa un árbol  de totumo, ya que proveía a muchas familias de sus vajillas (Casale,  1994, p. 374).
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| utensilio de tapara. FMPdV | 
Por otra parte, desde su llegada a América los  europeos refirieron que los hombres de las etnias caribanas, incluidos  los tomusas que poblaban Barlovento, acostumbraban utilizar unas  especies de estuches para el pene elaborados con taparas. En tal  sentido, el que fuera gobernador de la Provincia de Venezuela, Juan de  Pimentel, comentaba que «crían estos indios otros árboles que llaman  totumos, que de su fruta hacen escudillas, taparas para agua, como  botijas, cucharas y cobertura para su miembro genital. La fruta de este  árbol es como calabazas; y de esto, hay árboles que echan pequeña y  grande fruta» (Pimentel, 1964 [1578], p. 186). Por su parte, Fernando  González de Oviedo, considerado como el primer cronista de Indias,  señalaba que «los que son varones, traen el miembro viril metido en un  calabacito cerrado o cuello de calabaza, y con un cordón ceñido le  tienen y cubren aquella parte más deshonesta de su persona» (Fernández,  1986 [1535-1557], p. 253).
Los indígenas también le daban un uso  ritual al fruto del totumo, ya que con él elaboraban las maracas, en  esencia similares a las actuales, compuestas de un taparo «al cual,  después de asado y extraída la pulpa, y horadado convenientemente, se le  introducen semillas de capacho y un palillo o mango que sirve para  agitarla» (Calcaño, 1950 [1896], p. 444). Se construía así sonajeros de  diferentes tamaños que podían llevar grabados y adornos, especialmente  plumas de ciertas aves, denominados maraka en varias lenguas aborígenes  americanas, incluidas la caribe y la arauaca, según refería Lisandro  Alvarado (Alvarado, 1984 [1921], p. 268), palabra al parecer de origen  guaraní que para José Antonio Calcaño significaría «cráneo o calabaza,  celestial o divina» (Calcaño, 1977, p. 152). Alvarado agregaba que la  maraca, «en lo antiguo fue instrumento sagrado característico en el  ritual de los piaches indígenas» (Alvarado, 1984 [1921], p. 268). 
La  información antigua que nos ha llegado sobre el uso de la maraca por  los piaches generalmente carece de objetividad, sobre todo cuando la  fuente eran los frailes cronistas, ya que lo que referían era siempre  «mirado con el prisma de sus prejuicios» (Alvarado, 1984 [1945], p.  200). Es el caso, por ejemplo, del jesuíta José Gumilla, quien al hablar  de las prácticas curativas de los arauacos señalaba lo siguiente:
«Estos  indios son los más diestros, y aun creo que son los inventores de la  maraca, que se ha introducido también en otras naciones; y se reduce en  un embustero, que se introduce a médico. Hace creer a los indios que  habla con el demonio. 
La  maraca era utilizada no sólo en las curaciones y en los ritos de  iniciación, sino también en adivinaciones y otras ceremonias, como  matrimonios, exequias y bailes propiciatorios, de lo cual ofrecía  Lisandro Alvarado diversos ejemplos. La maraca era en manos del piache  un medio para facilitar la comunicación con los espíritus, y sólo él  conocía sus secretos. Sin embargo, «parece que en contadas ocasiones  podían tocar las maracas, además del piache, otros miembros de la tribu»  (Calcaño, 1977, p. 151). El mestizaje implicó que con el tiempo las  maracas fueran perdiendo, «aun entre los mismos indios, su carácter  sagrado» (Alvarado, 1984 [1945], p. 200). Como todos sabemos, las  maracas se fueron incorporando sin mayor dificultad a la panoplia de  instrumentos de acompañamiento de la música criolla, sin que falte quien  haya sostenido que «nada enciende tanto entusiasmo en la gente del  campo como el son de las maracas» (Calcaño, 1950 [1896], p. 444). 
Las  maracas dieron lugar también a expresiones y consejas populares, como  era de esperarse, diciéndose aún hoy día maraquear el trago para  significar que alguien bebe licor muy pausadamente en una fiesta, en  tanto que si, en contrapartida, otro se pasara demasiado de tragos se  comentaría que cogió una maraca de pea; también se arguye que una cosa  es con arpa y otra con maracas cuando algo resulta más difícil de lo  esperado.
Ha sido tan popular el fruto del  totumo o taparo que uno de los nombres indígenas que se le daba a uno de  los objetos fabricados con aquél pasó a significar cualquier cosa. Se  trata del «coroto», que designaba, según Angel Rosenblat, «una escudilla  o recipiente indígena hecho con la mitad de una totuma: los llaneros lo  usan todavía para beber agua o aguardiente. Los cantores de aguinaldos  de Nochebuena cantan: "Nosotros somos cinco, / seis con el corotocoroto en la cabeza."  Pues el humilde coroto indígena se ha llenado de un contenido tan  universal, que hoy puede designar cualquier objeto: "El pulpero se  esfumó con todos sus corotos”» (Rosenblat, 1974 [1956], Tomo IV, p.  112). Pero también en Barlovento y los valles del Tuy usan aún, como  antes lo hacían los tomusas y quiriquires, habitantes aborígenes de esas  regiones a la llegada de los europeos, el coroto, aunque no lo llamen  así, como se puede apreciar en la Glosa a mi tierra del cantor y  compositor popular tuyero Juan Alberto Paz, nacido en Cúa en 1916, quien  se ufanaba de su ascendencia en la estrofa siguiente:
«Aquí se toma aguardiente
en totuma, compañero,
porque somos los primeros
de los indios descendientes.»
en totuma, compañero,
porque somos los primeros
de los indios descendientes.»
(Paz, 1967, p. 27)
En  cuanto a sus cualidades terapéuticas, se le han encontrado aplicaciones  muy variadas, ya que «las hojas y cogollos se emplean para preparar  baños de asiento para curar hemorroides. La pulpa del fruto, mezclada  con azúcar, actúa como purgante. Y empleada como cataplasma, alivia los  golpes y hematomas» (Delascio, 1985, p. 36).
Con usos tan diversos  y tanta difusión, ya que ha sido cultivado por doquier, no es de  extrañar que el totumo y su fruto hayan sido incorporados al folklore  venezolano en refranes muy conocidos, como el que postula que «perro que  come manteca, mete la lengua en tapara», o la expresión, hoy día  inusual, «día de tapara y cachimbo», utilizada para indicar un día  lluvioso «de estarse en casa bebiendo y fumando», o aquella otra que  decía «se juntó la arroba de queso con la tapara de melado», equivalente  a la más moderna de «se juntó el hambre con las ganas de comer», lo  mismo que la copla popular según la cual «el que bebe agua en tapara, / o  se casa en tierra ajena, / no sabe si el agua es clara / o si la mujer  es buena» (Alvarado, 1984 [1921], p. 349).
A un árbol tan estimado  por los indígenas y el pueblo llano no podía dejar de dársele una  connotación religiosa. No resulta casual, por tanto, que en el siglo  XVII d.C., época en que la conquista fue pasando a manos de los  misioneros, el mencionado Caulín hubiera señalado un árbol de totumo  como el lugar de aparición de «la devotísima Imagen de nuestra Señora  del Socorro» en la ciudad de San Cristóbal de los Cumanagotos,  predecesora de la actual Barcelona.








































