EL día de Nuestra Señora de la Asunción celebrado el 15 agosto, se efectuaba esta danza en la isla de Margarita.
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Según recoge el Licenciado José Marcano Rosas en su libro Testimonios Margariteños, publicado en la Revista Shell, en 1950, al iniciarse en el templo los oficios religiosos de víspera y salve, se les daba fuego a las lámparas hechas de "comejen" que ardían al ser rociadas por kerosene en la tarde del 14 y 21 de agosto para iluminar la actividad, se colocaban a distancia prudencial de la puerta de la iglesia, tres pilas de leña seca y gruesa que se les daba fuego para ser convertidas en brasas y estuvieran listas para el momento en que el repique de las campanas, anunciaran la conclusión de la liturgia.
Llegado el ansiado instante, la concurrencia prorrumpía en algarabía ensordecedora, voceando: Que vengan los pintaos...! Qué vengan los pintaos...! Gritos que se confundían con los metálicos repiques de las campanas, los ruidos de la pirotecnia y la melodía de la orquesta.
El grupo de "pintaos", que hacía su aparición por el lado norte de la iglesia estaba formado por hombres y muchachos, vestidos de guayucos a la usanza aborigen; la cara y las partes descubiertas del cuerpo pintados de achiote, tizne o anilina y la cabeza adornada con vistosas plumas. Para evitar quemaduras graves, los "pintaos" usaban zapatos "maqueros"; porque se hacían preferentemente en El Maco, hoy Caserío Bolívar. Se hace memoria del mestizo José Gervasio Narváez, de quien se dice jamás usó calzado y fue uno de los más famosos danzantes de la referida diversión, además de reputado campanero de la ciudad.
El grupo de danzantes enfilaba en orden hasta el sitio ocupado por las fogatas. El que hacía las veces de jefe, encabezaba la columna de los pintaos y dirigía los movimientos hasta formar un círculo alrededor de aquellas.
Una breve ceremonia, al perecer de invocación a los espíritus protectores de la tribu, precedía la danza: gestos y contorsiones plasmaban el pedimento de ayuda para aplacar la conjuración de los espíritus malignos, representada por las crestas rojizas de las hogueras, y mientras estas se alzaban amenazadoras, el grupo de danzantes daba muestras de temor, de cautela, de indecisión para acercárseles. pero, bien pronto, como estimulados por los genios protectores de la tribu, sus movimientos y gestos adquirían inusitado calor y simulando un ataque de avances y repliegues, la danza adquiría tono de gran espectacularidad.
En el próximo post tendremos la conclusión de este baile.